La generosidad del Señor es sin dudas inmensurable. Con gran
alegría me tocó participar como ministro extraordinario de la sagrada comunión,
llevando la eucaristía a cientos de hermanos en la Fiesta de la Divina
Misericordia.
Mientras caminaba entre calles y aceras, entre el pueblo de
Dios, venia pensando que el Maestro no tiene comparación, no se guarda nada
para sí, todo Él se da, se brinda, se adelanta.
Una vez escuché esta frase: “la caridad no es perezosa” y
cierto es. Claro…como Jesús es el amor mismo, por supuesto siempre se adelanta y nos sale al encuentro.
Entre una esquina y otra pensaba en el cuerpo místico de
Cristo, que somos todos nosotros. Pensaba también en la dignidad de los hijos
de Dios y como cada uno de nosotros, hermanos en Cristo, debemos encaminarnos a
buscar el bienestar de nuestros hermanos, como miembros de ese cuerpo que todos
somos.
Cuando finalmente llegué a la esquina que me correspondía estar para
entregar la comunión, un mar de gente se puso delante de mí; no desorganizadamente, sino dispuestos y
anhelantes de recibir tan preciado manjar. Era tan hermoso contemplar tanta
bondad en aquellos rostros y ser parte del misterio de la providencia que
siempre alimenta a sus hijos, no solo para reponer fuerzas del cuerpo sino también para darle
fuerzas al alma. Allí estaban los hijos
más humildes de Dios Padre, mis hermanos, los más pequeños, los más débiles pero
con una fe tan grande que casi sentía que en ese momento pisábamos el cielo. De
repente entendí… “eres Tú Señor, todos ellos eres Tú, pensé, y me inundó tan honda alegría… después comprendí esto: “Es el mismo Jesús,
alimentando su cuerpo…alimentando a Jesús”… ¿Cómo explicar esta grandeza?, no tengo palabras ni
forma de expresarlo. Es El quien se encarga de cuidarnos, alimentarnos,
limpiarnos en cada Eucaristía. El, quien se brinda, se parte, se da. El, quien viene a nuestra miseria, a nuestro
encuentro, no importa donde estemos ni en qué condiciones estemos. El Señor está
vivo, El Señor nos brinda su misericordia cada día; No se cansa de perdonarnos,
no se cansa de amarnos, no se cansa de buscarnos. Y yo me pregunto… ¿hasta
cuándo vamos a comer a Cristo sin comprometer nuestra voluntad?, ¿hasta cuando
voy a seguir yo siendo obstáculo y miembro enfermo de su santo cuerpo místico?.
Jesús se brinda sin condiciones, nos consuela y se encarga
de que todos sus miembros gocen de salud y vivan dignamente. Él está presente
verdaderamente en aquellos más pequeños, los llama dichosos tantas veces…
“dichosos los que lloran, dichosos los que tienen hambre y sed de justicia,
dichosos los mansos y humildes de corazón, dichosos los limpios de
corazón…porque ellos verán a Dios”.
Verdaderamente
son bienaventurados y estas palabras del Maestro nos plantean un desafío que
exige un profundo y constante cambio en el espíritu y en el corazón.
Gracias Señor por tu misericordia, gracias por tu amor.
Una hija Amada de Dios,
Nathalie Romero de Grau