No puedo evitar la emoción cada vez que digo a mi Señor en misa esta frase porque es tan verdadera que hace remover los más profundos cimientos de mi corazón.
En verdad no soy digna de que Jesús entre en mi casa. Es verdad también que con solo una palabra suya tengo para ser curada. Sin embargo, cada vez que lo digo, me quedo mirándolo en el altar, en manos del sacerdote, en todo su esplendor, en toda su humildad y solo puedo decirle: “No soy digna Maestro de que entres en mi casa, pero por favor entra”
Entra…porque si no entras tú, me temo que llenare el espacio de tantas porquerías.
Entra…porque si no entras quedo a merced de mis enemigos y de mi misma.
Entra…porque es tu casa, tú me hiciste y solo tú sabes todo lo que me hace falta.
Entra…porque me temo que si el Santo Espíritu vive allí, Tú serás la mejor compañía.
Entra…porque estando Tú conmigo, voy a llegar a un buen puerto.
Entra…porque eres mi mejor amigo y a ti quiero contarte todas mis cosas.
Entra…porque necesito de tu guía, necesito tus palabras, necesito tu consuelo; también necesito tu corrección.
Entra…porque sin ti nada soy, nada hago, nada puedo.
Entra…porque donde tu entras todo se renueva.
¡Que alegría tan profunda me da saberme escuchada! ¿Cómo es que te haces tan chiquito en cada eucaristía?, ¿cómo es señor que puedo repetirte las palabras de aquel centurión a la entrada de Cafarnaúm?
El misterio de la Santa Misa tiene tantas bondades para nuestra alma que ni en un millón de libros se podrán escribir.
Te entrego mi casa Jesús, te entrego todo mi ser…por favor, pasa adelante, tienes mucho trabajo conmigo por hacer.
Una hija amada de Dios,
Nathalie Romero de Grau