Es en serio el título. La muerte será el momento más
hermoso si logro ser fiel a Dios y cumplir su voluntad hasta el final. La
muerte no es más que la vida, la vida junto a mi gran amor eternamente.
Me encantaría ver a todos mis hermanos santos, ¡Wow!, ¿se
imaginan?, ¿ver a san Juan, san Pablo, Dios mío san Pedro, Teresita, san Martin,
san Antonio de Padua, san Francisco, san Alberto Hurtado, santa Catalina de
Siena, madre Teresa, a nuestra madre Maria….a Jesus… a nuestro Padre?
Hace un tiempo decidí comenzar a prepararme para morir
por lo menos en gracia de Dios. Voy a
parar al purgatorio, pero si llego ahí, ya es ganancia.
He visto a Jesús cara a cara en este mundo. Lo veo en
muchas cosas, veo sus obras, su trabajo. Le he dado bola en mi carro, le he
dado alimento en las calles, lo he cargado incluso, una vez en el hospital
cuando me tocó cargar a una ancianita que estaba toda sucia llena de orina,
desnuda y con un pañal desechable empapado; pero estoy segura que esos hermanos
no eran simplemente “el chico de la
calle”, “el pobre hombre herido que monté
en el carro” o “la ancianita que cargué”, o no hermanos, esos eran Cristo, el
mismo que murió por mi. El mismo que ha sabido consolarme tantas veces y también
halarme las orejas muchas otras más.
He hablado con él, de hecho, lo hago todo el día. Va
conmigo a todas partes, me busca hasta los parqueos donde estacionarme. He
peleado con el…parecemos marido y mujer (nada más que con este esposo todos los
pleitos los gana el, porque soy yo siempre la que se equivoca), le he dicho que
lo amo y luego voy y me parezco a Pedro negándolo a la primera oportunidad que
me da para crecer.
He visto a Jesús tantas veces y de tantas maneras que ¡Ay
de mí si no hablo!, me quemaría por dentro.
Por eso y por muchas otras cosas anhelo, con todo el corazón,
que un día la hermana muerte me encuentre debidamente preparada y ver cara a
cara a mi salvador por toda la eternidad.
Cuando salimos de nuestra casa, nadie tiene seguridad de
que va a regresar. Como no sabemos el día ni la hora, hay que iniciar algunos “ajustes
estratégicos” porque el árbol se cae hacia donde este inclinado en el momento, diría
un santo; ajustes tales como crecer en
nuestra conversión y servicio a los demás, arrepentirme realmente de mis faltas
y tener el propósito de no cometerlas más, enmendar las cosas, si hemos hecho algún
mal, verificar la rectitud de las intenciones y sentimientos porque precisamente
por nuestro pecado tenemos deficiencias, carencias y caemos. A veces, incluso
hacemos obras bonitas, pero las intenciones pueden estar lejos de una verdadera
gloria a Dios.
Cosas tan sencillas como tener un lugar donde nuestro
cuerpo físico morar finalmente forman parte de este prepararse para morir ya
que llegara la parusía, segunda venida de nuestro Señor, y hay que velar por
cuidar debidamente este cuerpo que Dios nos regala al venir al mundo en el que
ha morado su espíritu.
Prepararme para morir no significa que las obras hechas
tengan ningún mérito…Dios no trabaja así. Todo el bien que podamos hacer, viene
de El que es el bien supremo, son sus inspiraciones. Cuando lleguemos a nuestra
morada eterna, lo único que llevaremos serán nuestras manos vacías con tan solo
el amor que hemos dejado permear en nuestra vida; pero ese amor ni siguiera es
nuestro, sino que vino de Él. Le vamos a devolver lo que nos suscitó
interiormente.
“Estos son los que vienen de la gran tribulación; ellos
han lavado sus vestiduras y las han blanqueado en la sangre del Cordero”
Jesús, hijo de David, ten compasión de mi mientras voy de
camino y cuando mandes por mi porfavor perdona mis faltas, yo confío en ti.
“Hoy, para ser santos, no hacen falta las fieras, basta
con vivir en el mundo”
(San Rafael Arnáiz)
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