“Hoy conocí un Santo”
(Permíteme
Señor, honrar a este hijo tuyo con las palabras correctas, déjame escribir algo
que se parezca a la belleza que hoy vi)
He
tenido la gracia de conocer un Santo. Un Santo Anónimo, Julián se llama. Anónimo,
como tantos en el mundo…
Eran
las nueve y media de la mañana, domingo, estábamos mi esposo y yo en el hospital,
llevando la comunión a los enfermos, hacíamos la visita a las habitaciones y
entramos a una de ellas, era la habitación 428, nunca olvidare ese número. Estaba
postrado, en aquella cama, con un aparato de diálisis a su lado, cambiando su sangre,
no sé cuál era su enfermedad…pero sé que era muy grave. Estaba muy delgado, no podía
ni siquiera hablar. Cuando hablaba, no salía voz de su boca, apenas un ruido de
su garganta. Tenía el pelo negro, ya poquito, parecía de algunos 65 o 70 años
“Buenos
días hermanos”, decimos, “venimos a invitarles: tenemos la celebración de la
misa en la capilla, a las diez, es en el quinto piso y como usted no puede ir,
le traemos la comunión si usted acostumbra y quiere recibirla”…a Julián se le
iluminaron los ojos, miro al cielo, como agradeciendo, nos dijo “si…
La
señora que le acompañaba y lo atendía fue quien pronuncio las palabras: “tráigansela
si, el es católico”. Julián nos decía “gracias”, desde su cama, sin voz, este
hombre, no tenía voz…solo lo que salía de su garganta, “Dios los bendiga”…
Salimos
de aquella habitación, me pare a ver el numero para ponerlo en la hoja de
servicio y mis ojos se llenaron de lagrimas…Dios mío!, cuanta gratitud en este
hombre que ni siquiera podía hablar, ni moverse, ni nada…me pare unos segundos..mi esposo me
esperada a unos pasos, tome aire, aun faltaban muchas habitaciones por visitar
y el tiempo era poco. Mire a mi esposo, tenía su rostro conmovido, solo nos
miramos y seguimos…
Eran
las diez, llegamos a la misa, hoy, habían muchos enfermos, el hospital estaba
lleno.
Cuando
terminó la misa, fuimos a las habitaciones, llevando a Cristo a cada uno de
esos enfermos. Algunos jóvenes, otros más viejos, mujeres, hombres...
Llegamos
a la habitación de Julián: “Hermano, venimos a traerle el cuerpo de Cristo”
Aquel
hombre, que apenas podía moverse, levanto su mano, con un tubo de sangre que
tenia conectado…. Se la llevo a la frente y se persigno. El se dio cuenta que Jesús había entrado allí, que estaba a su lado,
que había venido a visitarlo. Mi esposo, tomo la palabra, yo acomode la comunión
encima de una neverita que había allí.
José
empezó a leer, (José, que no puede hablar mucho en estos días, por un problema
de salud) y aquel hombre, en aquella cama, estaba tan agradecido y en paz, como
si nada de lo que le pasaba era importante, como si… ni los tubos, ni la diálisis,
ni las sabanas finas que apenas le cubrían, ni la pena, ni el dolor, ni la
enfermedad…como si nada de esto le importara. Cristo estaba ahí, con El y El lo
sabía, lo esperaba…Era su amigo, quien venía a visitarlo. Era su Padre, quien venía
a confortarlo…era su Salvador, quien venía a rescatarlo…
José
leyó el evangelio, era el de San Juan y aquel hombre lo escucho con tal devoción,
como si fuera el último que iba a escuchar, como si fuera un ángel que lo
estaba leyendo.
Le
entregamos la comunión…José la puso en su boca y aquello fue, según su
rostro, el manjar mas delicioso que ningún
paciente probó. Cerró los ojos, lo comió y lo tragó, con tal amor…estaba en
paz…lágrimas salieron de sus ojos…pero eran lágrimas de alegría, lágrimas de
santidad.
Terminó
su oración y volvió a persignarse, con sus manos, despacio, como pudo…en el
nombre del Padre, del hijo y del Espíritu Santo, …amén”
“Que
Dios lo bendiga hermano, que lo sane”, le dijimos… la señora que lo atendía,
agarro un pañuelo y le secó las lagrimas… “Gracias” dijo Julián, sin voz, “Dios
los bendiga”… era un agradecimiento tan puro, tan limpio, era un agradecimiento
santo. Aquel hombre sabía que había
recibido un tesoro…El lo conocía, El sabia quien era Jesús…y Jesús, que nunca
abandona a sus amigos, hoy fue a estar con Él.
Nunca
olvidare a Julián porque hoy pude ver la santidad…
Es
verdaderamente un privilegio Jesús, poder llevar tu cuerpo. Nosotros que somos
indignos hijos tuyos, que aun tenemos que mejorar tantas cosas…nosotros que aun
no comprendemos la grandeza de tenerte en nuestras manos… llevar a Cristo..al
mismo Cristo.. Porque eres Tú mismo quien está en cada habitación, es a ti
mismo a quien vamos a consolar, a visitar.
Gracias
Maestro, por Julián, gracias Maestro por este regalo, gracias Maestro por usar
nuestras manos, nuestro cuerpo y nuestro corazón. Déjanos refugiarnos siempre,
en tu corazón.
En el corazón amoroso de Jesús y María,
Una hija muy amada por Dios,
Nathalie Romero de Grau
14 de noviembre 2010
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