"HÁBLELE (A CRISTO) DE CRUZ A CRUZ, Y VERÁ COMO ÉL LE
CONTESTA"
Escrito de Aureliano Tapia Méndez, a quien no conozco pero agradezco haber compartido este testimonio. Verdaderamente hermoso.
«Amado Nervo se dejaría, al final, atrapar por Cristo, a
quien andaba buscando por caminos extraviados, como se dejó atrapar Agustín de
Hipona, que recorrió descarriado, muchos caminos gritando: "has hecho mi
corazón para Ti y no descansará hasta que descanse en Ti"»
Año de 1919. Amado Nervo, el alto poeta mexicano, agoniza en
Montevideo. Asistía a un congreso académico en la capital uruguaya cuando de
pronto se sintió muy mal. Los médicos diagnosticaron un mal de uremia irremediable.
No era posible ya hacer nada en auxilio del enfermo. Le quedaban unas cuantas
horas de vida.
La noticia fue conocida de inmediato por los asistentes al
congreso. Había entre ellos algunos hombres de letras. Acudió a verlo Juan
Zorrilla de San Martín, el poeta nacional del Uruguay. Su extenso y bello poema
"Tabaré" contaba ya entre las más alabadas producciones de la lírica
iberoamericana.
Juan Zorrilla de San Martín
El escritor era fervoroso católico, y tenía a honor ser
amigo personal de Nervo. Cuando llegó al lado del bardo mexicano éste le dijo:
"Me siento triste hasta la muerte". Eco quizá era ése de las palabras
de Jesús. Zorrilla respondió con frases que -dijo luego- le inspiró el
Espíritu: "Amigo mío: tome usted el ejemplo de San Dimas, el buen ladrón.
Le habló a Cristo de cruz a cruz. Así Él no pudo dejar de oírlo. Usted está
ahora crucificado en el dolor, en las angustias de la muerte. Desde su cruz
llame al crucificado. Aunque invisible, se encuentra junto a usted. Háblele de
cruz a cruz, y verá como Él le contesta". "¡Qué palabras tan bellas
me dice usted, doctor Zorrilla!" -agradeció con débil voz Amado Nervo.
Al recordar la escena escribe el uruguayo: "...El fondo
de cristianismo existente siempre en el alma de Nervo se removió entonces...".
En efecto, el poeta nayarita fue sobre todo un místico. Ni su romanticismo,
fruto natural de la época en que vivió, ni el fuerte apetito erótico que se
trasluce en algunos de sus versos pudieron amenguar en él una permanente
vocación por lo sobrenatural. Zorrilla le preguntó, discreto, si no deseaba
confesarse y recibir la extremaunción. Vaciló el poeta de Nayarit: "¡Hace
ya tanto tiempo!" Hizo una pausa y dijo luego, como repentinamente
decidido: "Llámeme a un sacerdote, por favor".
Salió de prisa el uruguayo y buscó en la parroquia más
cercana. Encontró a un padre jesuita, Carlos Benítez, de nacionalidad
argentina, y le rogó que acudiera a llevar los últimos auxilios a un
agonizante. Pronto llegó el sacerdote. Ante la puerta de la habitación donde se
hallaba Nervo se había congregado un grupo de intelectuales, todos ellos
librepensadores (N. de la R.: seguramente masones). Miraron con hosquedad al
sacerdote, y se oyeron murmullos de protesta por la presencia ahí de un cura.
Uno de los presentes alzó la voz y le pidió al sacerdote que se retirara.
"Señores -empezó a replicar el padre Benítez-, yo no pretendo
perturbar...". En eso se escuchó, fuerte y clara, la voz de Nervo:
"Que entre. Que entre el padre". Traspuso la puerta el sacerdote y la
cerró tras sí. Solos quedaron el confesor y el poeta. Hablaron largo rato, y
luego el jesuita se marchó en silencio. Cuando Nervo tuvo junto a sí a su amigo
Zorrilla le dijo tomándole la mano: "¡Qué paz siento en el alma! ¡Qué
tranquilidad!". Al día siguiente murió.
Sus restos fueron llevados a la Ciudad de México, y
recibieron sepultura en la Rotonda de los Hombres Ilustres el 14 de noviembre
de 1919.
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