martes, 23 de abril de 2019

Pascua: Comunión y Fuerza Renovadas

Un día cualquiera, fui al área de servicios de un banco a solicitor algo tan común como un estado de cuenta.
La persona de servicio que me atiende pide mi cédula, se la paso y al abrir la cartera recuerdo que tengo dos plásticos del documento (hace poco que había sacado mi cédula con el apellido de casada, irónico, ¿verdad?, después de 23 años de casada…pero, así nos pasa a veces). Le pregunto a la Joven que cual de los dos plásticos le paso porque a veces el sistema de la Junta Central Electoral no se actualiza y ella me explica que eso no es así, que la Junta es una cosa y el banco otra.

Ella termina la frase diciendo:

- “no se preocupe porque así las tiene las dos para cuando se divorcie”….
- ¿Para cuándo?, le pregunté…y no la dejé responder…continué diciéndole : -… pero mi amor, si nosotros nos vamos al cielo juntos…entonces ella se sorprendió y abrió los ojos como dos huevos fritos….y las dos chicas que estaban justo al lado también. Ella me preguntó…
- “¿Juntos?”
- Bueno, respondí sonriendo, no juntos, uno adelante y otro atrás… pero ambos al cielo y junticos hasta la ancianidad si Dios quiere, porque si no mujer…¿para que se casa uno?. Yo soy feliz y mi esposo también, es más, ahora más que nunca.


 Me quedé pensando… la verdad es que así anda nuestro mundo, no bien iniciamos algo cuando estamos preparándonos para “suelta eso si da mucha brega, que no cojo corte con nada”, “yo soy yo y nadie me quita el puesto”. 

 ¡Oh Maestro!, es increíble como actúas y renuevas todo. Das sentido a todo, iluminas todas las realidades y lo haces de una manera tan…hermosa.


Ha pasado la cuaresma, nos ha llegado la pascua, hemos hecho el paso de la muerte a la vida y con tu luz Señor hemos alcanzado nueva vida, nueva fuerza, nuevos bríos…esto, ha sucedido a aquellos que han rendido sus voluntades a nuestro Señor, a una verdadera conversión del corazón; aquellos que son rebaño que conoce la voz del buen Pastor y en cuyo corazón retumba el llamado “Shemá Israel, Adonai Elohenu, Adonai Ejad” y Nuestro Padre del cielo, que no quiere que se pierda ni uno y la Iglesia, en cuya vida se prolonga esa acción salvadora de Cristo, nos brinda cada tiempo fuerte para seguir creciendo en la verdadera y auténtica vida de fe. La vida que Jesús quiso y quiere para cada uno de nosotros. El, que ha irrumpido en la historia para cargar con todas nuestras miserias, también cada día sigue entregando su sacrificio en la santa eucaristía e irrumpe en nuestra historia, en la de cada uno de nosotros, alimentándonos, sanándonos, amándonos, salvándonos y de vez en cuando nos “grita” en el oído “ojalá escuchen hoy mi voz” para que despertemos, como Lázaro, para que salgamos de nuestra podredumbre, para cambiar el discurso que escuchamos de la gente en el mundo que dice… “este se murió, ya no tiene remedio”…y El dice… “solo está dormido”. Para decirnos que nos ama y que nos quiere cerca de Él, que confiemos en su amor. Impresionante es verdaderamente, que así como cuando Moisés levantaba la serpiente y quedaron sanos quienes habian sido mordidos por la serpiente en el desierto, igual nosotros al contemplar la hostia en el altar quedamos libres de nuestros miedos, sanados de nuestras heridas, redimidos de nuestras faltas, liberados de nuestras fobias, miserias, heridas de la historia, mentiras que nos han hecho creer. Hay gente que cree que el cristianismo es una renuncia, dejar cosas…y no es así, la fe cristiana no es renuncia, es encuentro. Encuentro con aquel que es mayor que todos los miedos, con el único que sana las heridas, con quien hace nuevas todas las cosas…con ese que nos convoca y une a todos en una gran comunidad de amor.

Hace unos días, el domingo, día del Señor, estaba sentada en el presbiterio justo antes del altar. Mi amigo y hermano Rafael, un laico comprometido, a quien hacía mucho no veía, apareció de repente frente mío, pero no me vio, llevaba en sus manos el misal, lo puso en el altar con gran devoción y cuidado, luego, bajó del altar con reverencia y se marchó, había sonado la campana para el inicio de la santa misa. Al transcurrir la misa…sentí una gran alegría porque al ver alzar el santo cáliz comprendí que toda la humanidad estaba allí, cada uno de nosotros…comprendí también que todos los días, en esa comunión, también estaba mi hermano Rafael vestido de blanco, como han de estar los hijos de Dios, aunque a veces nos caigamos y ensuciemos el traje, aunque a veces perdamos el camino y pensemos que hemos perdido el norte…pero luego nos damos cuenta de que solo fue que perdimos “la señal del GPS del cielo” que nos dejó dando vueltas en círculo, como a Moisés y su pueblo, pero la señal volvió, ¿cómo volvió?...porque aquél sacramento del bautismo y la gracia actual hacen que el Espíritu Santo, tal como dice San Pablo… “Gima en nuestro interior” con palabras de eternidad y empezamos a orar …hasta que se restableció la señal y aún más fuerte volviendo a ver aquel gran Ideal tan claro como el sol. Cada día, todos nosotros estamos en ese sacrificio y acción de gracias al Padre y todos por ese misterio de amor estamos llamados a ser y vivir como dignos hijos de Dios.

La pascua es un compromiso diario para descubrir que más ha de renovar Cristo en mi, un compromiso para continuar poniendo atención a nuestro interior, a nuestra vida de oración que no es mas que tener cada día un diálogo directo y espontáneo con Jesús sobre lo que me va pasando en la vida, tan sencillo como eso.

Diría Santa Teresa “Estando muchas veces con quien sabemos nos ama”.
Hoy mas que nunca, grito a todo pulmón, hermanos, renovados, hasta mañana en la comunión.

Dios te bendiga.


Escrito publicado en Revista Palanca - Abril 2019

 

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